Computadores, celulares y vehículos eléctricos funcionan gracias a baterías confeccionadas con litio. Su extracción implica la explotación de gran parte de los escasos recursos hídricos en el desierto más árido del mundo, altera la vida de comunidades autóctonas y pone en riesgo a especies endémicas que habitan en el salar.

Entre las historias que los abuelos de la comunidad licanantay de Peine le cuentan a sus nietos está la de los huevos de las parinas. Una vez al año, los miembros de este pueblo indígena ubicado a 2400 metros de altitud sobre el nivel del mar, iban a recolectar mil huevos de parinas, esas aves rosas y de patas delgadas, que pertenecen a la familia de los flamencos y que se cuelan en medio del paisaje ocre del desierto.

Pero la cantidad no era azarosa. En aquella época, hace al menos medio siglo, los habitantes de Peine y alrededores, encontraban cerca de 7 u 8 mil huevos de estas aves también conocidas como flamencos andinos. La proporción correspondía a la búsqueda de un equilibrio en el salar. Además, aprovechaban el ritual de cada año para hacer sus rogativas por el porvenir de la comunidad.

“Había una relación en cuanto a lo que se sacaba que era para consumo y también lo que se iba produciendo. Entonces por eso los abuelos siempre contaban que a veces había 5 mil, 6 mil o 7 mil parinas que se veían en el salar de Atacama y desde la llegada de la minera eso cambia totalmente”, dice Sergio Cubillos, presidente del Consejo de los Pueblos Atacameños y miembro de la comunidad de Peine.

Sergio Cubillos se refiere a la explotación de los salares de su zona. En ese rincón del país, se encuentra la mina de cobre a cielo abierto más grande del mundo. Justo entre la frontera con Argentina y Bolivia se ubica un lugar estratégico para la economía chilena. Pero ese beneficio para la macroeconomía se traduce en una pesadilla para los habitantes de las pequeñas comunidades repartidas en medio de esos paisajes que nos trasladan a un escenario rojizo parecido al planeta Marte.

Aunque el primer producto de exportación sigue siendo el cobre, en las últimas décadas ha aumentado la extracción del litio pues Chile posee alrededor del 45% de las reservas mundiales de este metal ultraligero, que es esencial para la fabricación de teléfonos móviles y baterías de automóviles eléctricos.

Un producto promovido como una solución verde, sobre todo en mercado europeo, pero que afecta directamente a las comunidades aledañas al salar. El conocido también como oro blanco se ha convertido en un suceso, triplicando los precios desde 2011, alcanzando alrededor de 300 mil toneladas por año.

Sin embargo, para Sergio Cubillos las cifras no reflejan el costo que tiene para las comunidades nativas. “Se podría decir que el salar de Atacama es como un mar que se extiende en la rivera de San Pedro de Atacama y donde están inmersas las 18 comunidades de Atacama La Grande. El diario vivir respecto a cómo se explota el litio ha sido bien complicado”, se lamenta Cubillos.

La explotación de este metal ligero en el salar comenzaron en el año 1985 con la llegada de la Sociedad del Litio Limitada, actual Albemarle, y desde entonces comenzó un lento pero irreversible acercamiento de la comunidad para ir obteniendo información para mitigar los impactos de su extracción. “En algún momento se visualizó que el litio iba a ser un mineral importante para el país pero también ajeno de toda la realidad que ocurría de la explotación del litio. Me refiero a lo que salió después respecto a la corrupción, a cómo se manejaba la explotación y en ese sentido ha sido muy difícil porque las empresas llegan con personal para hacer faenas mineras y en ese sentido, la invasión que ha tenido en nuestras comunidades ha sido bien importante”, destaca el representante local.

Cubillos se refiere también a los escándalos de corrupción que protagonizó la Sociedad Química y Minera de Chile (SQM Salar S.A.), no solo en lo que concierne al caso judicial por el financiamiento ilegal de candidatos y partidos políticos a través de pagos a personas que declararon haber realizado servicios que nunca se prestaron a estas empresas. A la empresa estatal también se le detectaron incumplimientos de los contratos que le permiten la explotación del mayor depósito del litio en salmuera del mundo. Entre ellas, figuraba la apropiación irregular de derechos de agua, un recurso especialmente sensible en la región. “Hemos salido a decir en todos lados: tenemos comunidades que todavía no tienen regularizada su agua potable, que no tienen regularizada su energía eléctrica, que no tienen regularizado el acceso hacia sus comunidades y en ese sentido obviamente la gente ve con tristeza cómo se realiza esta explotación y sobre todo cómo se ha ido desarrollado esta sobre explotación de agua en donde en el salar se extraen cercano a los 4500 litros por segundo de agua, entonces estamos hablando de algo que ha sobrepasado los límites normales de extracción”, afirma Cubillos.

Zonas de sacrificio

En el pueblo de Peine ninguno de sus habitantes ha querido hablar. Es un sábado por la mañana y la pequeña plaza de este pueblo que está ubicado en la cima de una colina luce casi vacía. Los pocos transeúntes son esquivos con los afuerinos. Desconfían, sobre todo, de los periodistas, pero también de los representantes de las empresas mineras.

Junto con los problemas medioambientales que acarrea la minería, la comunidad ha visto cómo su vida cotidiana ha sido alterada en diversos sentidos: robos, drogadicción, alcoholismo y una serie de cambios que para los licanantay han sido impuestos por los visitantes que acarrea la minería. “En cuanto a la explotación, obviamente hay un sentir de nuestra gente de que se esté sacando el recurso natural y que hoy día sea un recurso que le puede dar solvencia económica al país, pero vemos cómo nuestras comunidades viven en el abandono. De las millonarias ganancias que se adquieren de estos recursos naturales, no vemos avances significativos en nuestras comunidades”, dice el representante licanantay.

Bárbara Jerez Henríquez es docente e investigadora de la escuela de trabajo social de la Universidad de Valparaíso y su trabajo está enfocado en los conflictos socioambientales, ruralidades, campesinados y territorio. Jerez es tajante. La investigadora considera que la explotación del litio en el desierto de Atacama ha transformado al lugar en una zona de sacrificio.

“Es un enunciado con el que yo busco llamar la atención sobre cómo estos lugares han sido planificados para poder ser extraídos sus bienes naturales, sus minerales y principalmente su agua dulce y salada para explotaciones mineras a gran escala sin considerar sus límites ni las posibilidades de sus ecosistemas, y de sus comunidades”, dice la académica.

Para la investigadora, las graves consecuencias que sufren los pueblos atacameños se podrían haber evitado, pues no es algo reciente ya que “hay una hiper explotación planificada de proyectos en exploración y de proyectos mineros que están explotando ahí hace más de 30 años, tanto de minería de cobre como de litio. Han provocado una agonía socioambiental de las cuencas, especialmente del Salar de Atacama”.

Escasez hídrica

En un estudio realizado por Corfo, las cantidades de agua extraídas en el salar de Atacama superan en un 21% lo que el agua subterránea puede generar de manera sostenible. “Es tremendo para la biota, que al estar trayendo desde la napa profunda, la napa freática, te está sacando el agua simultáneamente, porque son bombas que succionan, y no es más que la extracción de lo que se supone que alimenta el salar, que son las napas profundas”, explica Matilde López Muñoz, académica de la Universidad de Chile, doctora en Ciencia Sociales, Ecológicas y Económicas. Muñoz mantiene una relación cercana con el desierto de Atacama, lugar que visita constantemente para sus estudios. Allí ha visto cómo la minería ha transformado el pasaje en las últimas tres décadas.

“Hay tres países esencialmente ricos el litio. Chile, no sé si por suerte, por desdicha o por felicidad, es carbonato de litio lo que existe en el salar de Atacama. En cambio en los otros lugares, tienen que transformar. Bolivia, por ejemplo, tiene que transformar su yacimiento en carbonato de litio o hidróxido de litio y en Argentina pasa algo por el estilo. En cambio aquí, simplemente se extrae y lo que tenemos es carbonato de litio”, dice Matilde López para explicar porqué el mercado internacional puso sus ojos en Chile. La investigadora concuerda con Sergio Cubillos en que la ausencia de flamencos en un escenario donde eran habituales es una clara señal de la gravedad de lo que ocurre. “Las lagunas, particularmente las que están frente a Peine, en el salar de Atacama, eran los sitios de nidificación del grupo más grande del flamenco andino, de manera que allí ellos encontraban su alimento que es fundamentalmente algas silíceas. Ellos invierten su cabeza como una pala mecánica. Son filtradores, entonces tenían su alimento y además la consistencia de los barros para armar los nidos y por muchos años, digamos, en un tiempo de tipo evolutivo, así funcionó”, dice López.

Según la Corporación Nacional Forestal, CONAF, agencia pública chilena que administra los parques nacionales, la cantidad de flamencos andinos ha disminuido en más de un 30% entre 1997 y 2013, en parte por la actividad minera que afecta su hábitat. De los casi 12 mil flamencos que se percibían en la década de los 80, cuando Matilde visitaba la zona, hoy con suerte se aprecian mil.

“Al empezar a hacer las extracciones vino el ruido, vino todo lo que significa la tecnología con camiones pesados, con máquinas. Y ellos de a poco empezaron a salir de allí, y no es tan fácil pensar: ah ya se volaron y se van para otro lado. No, porque aquí hay un proceso de tipo evolutivo. Por mucho tiempo ellos estuvieron evolucionando. Co-evolucionando”, dice López. La académica considera que los flamencos son refugiados ecológicos, pues al migrar las condiciones no son las mismas.

“Aquí se creó un parque nacional que protege en alguna medida y tiene que supervisar que las empresas mineras no arrasen con esas protecciones. Entonces, claro, es política pública, y no todo debiese transformarse en área de sacrificio. Yo viví mucho tiempo en el desierto, el río Loa prácticamente está extinto, porque las mineras le sacaron toda su agua, y los pobladores de las pequeñas comunidades agrícolas que habían, prácticamente no existen”, dice López con respecto a las decisiones políticas que se han tomado y el rol de la CONAF.

Quien también ha observado de cerca el impacto en las especies endémicas, como en los recursos hídricos, es Ramón Morales Balcazar, miembro del Observatorio Plurinacional de Salares Andinos; máster en Estudios Internacionales y Desarrollo Agrícola sustentable de la Universidad de París 11. “Por un lado está el impacto que tienen sobre los acuíferos y la disponibilidad del agua. En este sentido es súper importante entender que las empresas de litio no están solas en el salar de Atacama, sino que están compartiendo este espacio y compitiendo por agua con otros proyectos mineros. En este caso proyectos como BHP Billinton de la Escondida y también minera Zaldívar, la cual es un Joint Venture de Antofagasta Minerals y Barrick Gold”, dice Morales.

Para Ramón Morales el daño es irreversible y sus consecuencia tienen un rechazo transversal desde distinto sectores de la comunidad. “La afectación o la intervención de la minería, los impactos que está teniendo en el paisaje y que están relacionados también con la flora y fauna, afectan actividades como el turismo. Nosotros observamos que hay manifestaciones desde otros sectores que están mostrando su preocupación y rechazo frente a la expansión de las operaciones de las empresas ya existentes y a la entrada de nuevos proyectos”.

Rolando Cruz es oriundo del lugar. Ha vivido toda su vida en Peine y desde la esquina de la plaza observa el paisaje y apunta: “Ese polvillo que se ve lo hacen las empresas. Con la explotación del litio tienen todo contaminado pero a nadie le importa”. Este pequeño agricultor afirma que con los años “todo se ha ido secando. Ahora tengo todo el maíz cosechado, pero antes todo lo consumíamos de la tierra. Sólo comprábamos el té y el azúcar, pero todo lo demás lo conseguíamos acá. Ahora ya nadie planta y tenemos muy pocos animales porque ya no hay agua”.

Rolando Cruz recuerda su infancia recogiendo los huevos de las parinas. Luego suspira hondo y agrega: “Los flamencos se han ido. Solo quedan las camionetas de las mineras. Y este polvo que nos contamina”.

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