Mediciones de calidad del aire en Santiago de la última semana muestran menos índices de material particulado producto de las cuarentenas voluntarias en la capital, cifras que se repiten en las grandes metrópolis del mundo. Pero los expertos son claros: El Covid-19 no es un respiro para el plantea del calentamiento global.

El aire que respiramos en Santiago está más limpio que hace dos semanas, antes de que se empezaran a implementar las primeras cuarentenas voluntarias por la crisis sanitaria producto del Covid-19.

Marcelo Mena, ex ministro de Medio Ambiente, hizo el análisis de los efectos de la cuarentena voluntaria en la calidad del aire en la capital, junto a Andrés Pica y Paulina Schulz, del Centro de Acción Climática de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Analizaron las cifras del Sistema de Información Nacional de Calidad del Aire, del Ministerio de Medio Ambiente, y confirmaron una reducción en los índices de óxido de nitrógeno (NOx) y material particulado (MP2.5).

Esto se debe principalmente a un menor movimiento de automóviles en la capital. La contaminación atmosférica en Santiago proviene principalmente de la industria (30%) y del transporte (31%). El análisis comparativo de febrero y marzo de los últimos tres años muestra una reducción significativa de la contaminación en las últimas dos semanas. Específicamente, la estación que mide la calidad del aire ubicada en la zona de Cantagallo, en Las Condes, muestra que el NOx se ha reducido en un 54% y el MP2.5 en un 38%. Han bajado también los peaks de congestión de vehículos que se identificaban entre las 7 y 9 am y entre las 19 y 22 pm, horas de alto tráfico.

El análisis estima “una reducción de mortalidad prematura en torno a 1053 casos”, considerando que en Chile más de 3 mil personas mueren al año producto enfermedades relacionadas a la contaminación del aire.

Raúl Cordero, climatólogo y académico del Departamento de Física de la Universidad de Santiago, llegó a la misma conclusión utilizando la red de monitoreo global Aeronet de la Nasa, que tiene la Usach. Se trata de una medición de “aerosoles”, que son las partículas en suspensión en el aire, entre las que está el material particulado generado por fuentes fijas (industrias) y fuentes móviles (vehículos). El análisis muestra que el espesor óptico de Aerosoles en Santiago bajó entre un 20 y 25% entre el 15 y 25 de marzo en Santiago, debido a la menor circulación de vehículos particulares.

“Es una reducción de lo que producen los vehículos. Si siguen funcionando las industrias y el transporte público, no va a haber una reducción más significativa”, dice Cordero, aunque afirma que “sí habrán menos muertes prematuras asociadas a la contaminación”.

Menos contaminación y emisiones, no menos crisis

Los efectos del Coronavirus en la calidad del aire y en niveles de emisiones de gases de efecto invernadero ya se reflejan en todo el mundo. Por ejemplo, un laboratorio en Estados Unidos utilizó una herramienta de recolecta datos de celulares respecto a los movimientos de las personas a lo largo del día. Las estadísticas muestran una baja drástica en viajes en autos en Estados Unidos, Singapur, Hong Kong, Indonesia y Malasia.

Lo mismo con las mediciones de NOx en el ambiente. Imágenes satelitales, captadas por la Agencia Espacial Europea, muestran una clara caída en China, Japón y Corea. Esto provocará, tal como explica Raúl Cordero en el caso chileno, una baja en las muertes producto de la contaminación, las que la Organización Mundial de la Salud contabiliza en siete millones de personas al año.

La contaminación también se ha reducido en Londres, Roma, Milán y París hasta en un 30%, al igual que en otras ciudades de Europa producto de la cuarentena que sacó a los vehículos de la calle.

En cuanto a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), principales causantes del calentamiento global, ya existe evidencia de que la cuarentena obligatoria en China llevó a una reducción de un 25% de uso de energía y emisiones, según un análisis de Lauri Myllyyirta del Center for Research on Energy and Clean Air.

En el Observatorio Mauna Loa de Hawai, una de las principales fuentes de medición de los GEI en el mundo, científicos han estado monitoreando la atmósfera para ver cómo la pandemia del coronavirus impactará en sus registros. Hasta el cierre de este artículo, el Covid-19, que ha cobrado la vida de más de 25 mil personas en todo el mundo, está desacelerando la economía global y reduciendo el uso de combustibles fósiles en automóviles, plantas de energía y fábricas que emiten dióxido de carbono (CO2).

Sin embargo, pese al parón mundial, el cambio no debería ser tan grande. Ralph Keeling, profesor de la Scripps Institution of Oceanography en San Diego y principal investigador en el observatorio en Hawai, dijo a Climate Home News, que el uso global de combustibles fósiles tendría que disminuir en un 10% durante un año completo para aparecer en las concentraciones de CO2.

“Esto no tendrá ningún impacto significativo en el cambio climático”, dice tajante Raúl Cordero. “La crisis climática no es consecuencia de las emisiones de un año, es consecuencia de las emisiones acumuladas en 100 años. Si detienes completamente el planeta, emites cero, pero igual se continuaría calentando el planeta 30 años más, porque el daño producido en la atmósfera es tan grande que una cuarentena no tendrá un efecto significativo. Requiere un esfuerzo colectivo de largo plazo mucho más intenso que una cuarentena de unos meses, lo que nos pone en perspectiva de lo enorme que es el desafío”, explica.

¿Qué viene ahora?

Para Anahí Urquiza, investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 y académica de FACSO de la Universidad de Chile, la mirada acotada de esta crisis es quedarse con la idea de que “la naturaleza se recupera, los animales transitan por las ciudades y baja la contaminación. Eso es solo momentáneo. El riesgo es lo que viene después, porque lo tentador será activar la economía con las mismas herramientas que se han utilizado hasta ahora”, afirma.

Para académica, es necesario empezar a esta discusión ahora, “aunque sea difícil hablar de algo ahora que no sea la gente que estamos perdiendo. Pero si no ideamos desde ya un plan de reactivación que cambie la forma de relacionarnos con la naturaleza, estaremos entregando soluciones para que de nuevo una crisis nos estalle en la cara”. Urquiza asegura que la presente pandemia nos habla también de la soberbia: “Existe esta ilusión de que somos autónomos de la naturaleza, de que tenemos la capacidad de controlar la vida al punto que el entorno no nos afecte, pese a que la evidencia científica nos decía hace años que esto podía explotar. Y al igual que con el cambio climático, no se tomaron acciones, por la confianza de que con la tecnología se iba a enfrentar”.

En 2007, cuatro microbiólogos de la Universidad de Hong Kong publicaron un estudio donde advierten de que la aparición de un nuevo tipo de coronavirus sería “una bomba de tiempo”. Y en la misma línea, científicos de todo el mundo han estado estudiando la aparición de nuevas pandemias y su relación con la destrucción de ecosistemas naturales; cómo las enfermedades zoonóticas (que se transmiten de animales a humanos) vienen después del desmantelamiento de ecosistemas.

Marcelo Mena cree que el desafío ahora será impulsar la economía con el cambio incluido. “Para reemplazar la economía sucia hay que crecer. Si queremos tecnologías limpias, necesitamos crecimiento”, dice, pero cree que debe ser sobre una base de sustentabilidad, “con aspectos sociales, económicos, y ambientales en equilibrio”.

Menciona, por ejemplo, los paquetes de reactivación económica que impulsó el gobierno de Barack Obama en 2008, que estableció nuevas normas de emisión para fabricantes de automóviles y “se condicionó la ayuda económica a mejores estándares. Eso se tradujo en mejoras en eficiencia económica”.

“Si sabemos que le transporte aéreo va a estar en problemas, entonces ellos tienen que someterse a tecnologías bajas en emisiones de ahora en adelante, cumplir el compromiso de descarbonización al 2050. Eso se discute ahora en Europa y Estados Unidos, pero también se tiene que aplicar acá en Chile”, opina el ex ministro de Medio Ambiente.

En la misma línea, Anahí Urquiza cree que tras la crisis sanitaria se deben estimular las “economías verdes, la economía circular. Y hay muchas formas de hacerlo, que permiten avanzar a un modelo sustentable, pero eso requiere planificación y estar dispuesto a cambiar el modelo. Es una decisión compleja, pero hay que tener esa conversación”. Menciona que Chile tiene la oportunidad de acelerar el tránsito a energías renovables, potenciar la economía circular, reducir el consumo de materias primas y alcanzar una sociedad más justa.

“No olvidemos que estamos en medio de una crisis social profunda. Todas las desigualdades se van a ver exacerbadas. La gente que ya está muriendo en esta crisis es la más vulnerable”, asegura.

En 2009, tras la crisis financiera global -que coincidió con el último registro de disminución de gases de efecto invernadero en el mundo- llamó a un “Green New Deal” global para terminar con dependencia de los combustibles fósiles y crear trabajos sostenibles.

Sin embargo, ya hay señales en el sentido contrario. Esta mañana se supo que la administración de Donald Trump en Estados Unidos disminuirá las regulaciones ambientales que pesan sobre las industrias contaminantes para ayudarlas a hacer frente a los impactos del coronavirus. La medida permitirá que las plantas de energía, las fábricas y otras instalaciones determinen por sí mismas si son capaces de cumplir con los requisitos legales para informar sobre la contaminación del aire y el agua.

En tanto, Naciones Unidas ya postergó la crucial “COP de la biodiversidad” que estaba programada para octubre de este año en China, producto del brote de la pandemia. Se esperaba que de ahí saliera un documento tipo “Acuerdo de París” que comprometiera a los países a mayores esfuerzos en la materia. También se han postergado reuniones claves para la COP26, que debiera realizarse en noviembre en Glasgow.

Este año, además, comienza la aplicación formal del Acuerdo de París, por lo que los países deben entregar una actualización de sus planes de reducción de emisiones de GEI (NDC). Hasta ahora, solo las Islas Marshall, Surinam, Noruega y Moldavia han entregado su propuesta. La NDC de Chile estaba siendo revisada por el Consejo de Ministros para la Sustentabilidad y se esperaba su publicación para la próxima semana, pero dicha fecha ha quedado también en la incertidumbre producto de la crisis sanitaria.

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